Cada
institución que hace previsiones económicas va modificándolas
según transcurre el tiempo. Ello debería hacer sospechar desde un
principio que el vaticinio nace equivocado, si antes de hacerse hay
ya la intención de revisarlo.
“El
temor de perder puede tener bases tan poco razonables como las
tuvieron antes las esperanzas de ganar”.
J.M. Keynes.
Teoría
general de la ocupación,
el
interés y el dinero.
Durante
años de profesión periodística he observado la importancia que se
da a las previsiones económicas. Una importancia que siempre me ha
parecido excesiva y que ha ido en aumento según transcurrían los
años. ¿Quien le da importancia? Pues sobre todo los analistas y los
periodistas financieros.
En
principio, las previsiones sobre cuanto va a crecer la economía,
cómo se van a comportar los precios o el aumento o la disminución
del desempleo, son necesarias para que los funcionarios de la
Hacienda Pública elaboren el presupuesto: calcularán los gastos
y los ingresos futuros en función de esas previsiones. También para
otras ramas de la actividad: hacer una estimación de qué cantidad
de energía se va a demandar, prever cuantos coches se pueden llegar
a vender para planificar su fabricación, etc. Ese es su valor
principal. Un error en las previsiones afectará a la planificación
de las cuentas públicas,...o de las grandes empresas, a la
programación de las producción, etc.
Sin
embargo, la importancia que se da a las previsiones nada tiene que
ver con eso. Los analistas las utilizan única y exclusivamente como
pronósticos para las apuestas financieras,...en la bolsa,... en los
mercados de capitales,...en los mercados de futuro,...Una
previsión buena o mala hace comprar un día y otra previsión, buena
o mala, hace vender al siguiente. Da igual que esa previsión
acierte o no: tardará meses, incluso años en conocerse el dato real
y contrastarse con la previsión. Hasta entonces habrá servido para
comprar o vender. Incluso, el posible error del pronóstico será
también una excusa para actuar en esos mercados.
Con
esta utilización, los expertos, que aconsejan a los que compran y
venden cada día en los mercados financieros, demandan cada vez más
previsiones. Las hay de los Gobiernos. Son las que más aciertan, o
mejor dicho, las que menos fallan, pero a las que menos se cree
porque provienen del poder. Las hay de organismos públicos
internacionales, cuyos errores se repiten una y otra vez. Y las hay
de instituciones privadas, cada vez en mayor número. Las previsiones
también se agrupan, lo que parece darles mayor credibilidad: una
institución privada pronostica que el crecimiento va a ser del 4 por
ciento, otra asegura que va a ser tan sólo del dos. ¿Cual tiene
razón?. Pues ni una ni otra: en recuerdo del rey Salomón, se
reparte,...la verdad es divisible. Se obtiene la media de las dos y
se concluye que el mejor pronóstico es que el crecimiento será del
3 por ciento. En el argot, a esto se le llama consenso.
Las
previsiones no se mantienen desde el principio hasta que se conoce el
dato pronosticado. Cada institución generadora de previsiones va
modificándolas según transcurre el tiempo. Ello debería hacer
sospechar desde un principio que el vaticinio nace equivocado, si
antes de hacerse hay ya la intención de revisarlo. Pero los que
sacan provecho de estos pronósticos no hacen esa reflexión. Antes
al contrario, cuantos más cambios haya en la previsión, más
excusas tienen para comprar o vender en el mercado financiero.
Para
el que utilice las previsiones económicas en su función primaria
(como instrumento para elaborar el presupuesto o planificar una
producción, por ejemplo) es indiferente que esta se conozca un día
antes o después, a una hora u otra. Lo mismo ocurre con los datos
estadísticos reales, como el IPC mensual, la ejecución del
presupuesto o el cálculo de cuanto ha crecido la economía en un
trimestre dado. Es indiferente conocer esos datos a una hora u otra,
un día antes o después. Sin embargo, las administraciones públicas,
y el conjunto de los expendedores de pronósticos y estadísticas, se
han comprometido hace ya tiempo a elaborar calendarios precisos de
publicación de datos reales y de previsiones. No sólo se cumple el
día de publicación, sino ¡también la hora! Es una servidumbre que
exigen los analistas del mercado, es decir, los que aconsejan
comprar un día y vender al siguiente, con el pronóstico en la mano.
Para que la especulación funcione de verdad, no basta con que uno
compre o venda en bolsa. Uno no gana a la ruleta, si no hay más
apostantes. Es preciso que lo hagan muchos a la vez , movidos por las
mismas cosas. Y para ello, lo pronósticos deben llegar a todos al
mismo tiempo. Y es el poder público el que se presta a este juego,
semejante al del crupier que reparte naipes en una partida de casino.
Este
procedimiento pautado en la publicación de las previsiones y también
de los datos estadísticos aparenta obedecer al cumplimiento de
obligaciones de la Administración para con los ciudadanos.
Ciudadanos a los que “tres leches les importa” que se conozca dos
horas antes o después una previsión para dentro de un año o un
dato estadístico sobre el crecimiento de hace tres meses. De lo que
se trata es de servir de crupier al especulador.