"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

lunes, 7 de mayo de 2012

¿TECHO DE GASTO?...NO, MEJOR SUELO DE INGRESO


Un techo de gasto no asegura un suelo de ingresos. Antes al contrario, en una situación de crisis la austeridad contribuye a la caída de la recaudación. Sólo se conseguirá hacer imposible que el Estado redistribuya la riqueza mediante el gasto social.


Yo podía observar las pequeñas cosas que ocurrían a mi alrededor, pero era incapaz de unir las piezas de aquel rompecabezas”.
David Copperfield.
Charles Dickens.


No hace mucho tiempo escuché al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, hablar con orgullo del techo de gasto, un procedimiento de control presupuestario que había implantado España antes que ningún otro país. De hecho, lo implantó el propio Montoro siendo ministro de Hacienda en los años de Aznar. El procedimiento vendría a ser el “huevo de Colón” de la técnica presupuestaria. Consiste en establecer, antes de elaborar el presupuesto, un límite de gasto que no podrá sobrepasarse. ¿Cómo es posible que los otros países no recurriesen hasta ahora a este sistema para evitar que los gastos se disparasen por encima de lo previsto si había un método tan elemental? Con lo fácil que es.

Comprobemos si esa “piedra filosofal” contra el déficit público ha valido para algo. El primer año en que se aplicó el invento fue en los presupuestos de 2003. Se estableció que no habría déficit en el conjunto de las Administraciones Públicas. Esto es, el déficit conjunto del Estado, la Seguridad Social, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos sería cero. Lo cierto es que no se cumplió: fue de 0,3 por del Producto Interior Bruto. Y las cosas iban entonces muy bien. En la etapa de abundancia tampoco hubo déficit cero y el superávit fue muy superior al esperado. Sobraba dinero a espuertas. En la crisis, volvió el déficit.

No cuento esto para criticar que los objetivos no se cumplieron. Lo hago para evidenciar que para conseguir el equilibrio presupuestario, es decir, para que lo que el Estado gaste sea igual a lo que recauda, no sirve de nada ese “ingenuo” techo de gasto. De hecho, España, el país que implantó hace ya nueve años el techo de gasto, ha figurado entre los que han registrado más déficit cuando ha llegado la crisis. Da la sensación de que entonces, como ahora, se les olvidó asegurar un suelo de ingresos.

Parece muy razonable a primera vista que si una persona tiene 100 euros no se gaste más de 100 euros. Que no gaste más de lo que tiene. Es un aserto que se repite de vez en cuando y que el presidente Rajoy ha pronunciado más de una vez con su perogrullismo habitual. Sin embargo, tal simpleza es dudoso que sea correcta siempre en el caso de un individuo. Si fuese así, el sistema crediticio sería innecesario y pernicioso. Y las autoridades, lejos de sanear los bancos para que se concedan créditos, deberían prohibirlos. En cualquier caso, es aceptable que alguien de manera individual practique esta máxima si le es posible. Y seguro que le irá bien. Pero en economía lo que vale para uno no vale para el conjunto: que una persona renuncie a comprar le evitará gastos, pero si todas las personas hacen eso, ninguna ganará. No hay que olvidar que lo que el comprador no gasta es lo que el vendedor no gana.

Pero volvamos a lo del techo de gasto. ¿Por qué con él no se consigue el equilibrio presupuestario? Pues porque eso, en el caso de cumplirse, sólo asegura que no se incremente el gasto más de lo presupuestado. Pero no garantiza en absoluto que el Estado ingrese con los impuestos lo previsto para lograr ese equilibrio. Pero hay más, el presupuesto público no es algo estático y aislado, como pudiera ser el de una comunidad de propietarios. Los gastos del Estado, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos representan una parte decisiva del conjunto de gastos de todo el país. Y aquí se cumple el evidente principio de que lo que el Estado y demás administraciones públicas se gastan es lo que una parte enorme del país ingresa. O lo que es lo mismo, como decía en el anterior párrafo, lo que el Estado no gasta es lo que los demás no ganan.

Podemos seguir con el argumento. La recaudación del Estado mediante los impuestos no cae del cielo. No es ni más ni menos que una parte de las ganancias de los ciudadanos y las empresas. Y estas dependen entre otras cosas de lo que gasten las administraciones públicas. Y mucho más en época de crisis, como ahora. Los ciudadanos gastan poco porque sus salarios se han reducido, en conjunto. En el último trimestre de 2011, los sueldos totales de los asalariados bajaron un 2 por ciento. Mientras, las ganancias de las empresas subieron casi el 7 por ciento. Es una constante que viene desde hace dos años. A esa pérdida de dinero, los ciudadanos añaden el temor a ser despedidos. Un temor que se acrecienta con la reforma laboral: es más fácil despedir, se llevarán menos dinero de indemnización si les echan y sobre todo la empresa puede bajar libremente los sueldos. La conclusión: no se atreven a gastar más que lo necesario.

Las empresas tampoco se deciden a invertir. No les conceden crédito, pero ese no es el único ni el principal impedimento. El sentido común les dice que sólo ampliarán el negocio y contratarán más trabajadores si tienen expectativas de vender lo que producen. Eso explica que la inversión empresarial haya caído en el último trimestre de 2011 el 6 por ciento. Ello, a pesar de que han aumentado sus ganancias.

Todo este tedioso argumento es el que explica que de nada sirva el techo de gasto para controlar el déficit. Este sólo puede reducirse con la actividad económica, que asegura los ingresos del Estado. Y si ciudadanos y empresas no están en condiciones de hacerlo, es el Estado el que puede impulsar la actividad por decisión política.

Para ejemplo, hablemos de las Comunidades Autónomas. Han sido señaladas como las culpables de que el año pasado no se haya reducido el déficit. Se las acusa de haber gastado más de lo debido. Pero esto es simplemente una falacia de quienes conocen las cifras. Y una papanatería de quienes sin manejar un solo dato se suman al coro. Veamos: en 2011 las Comunidades Autónomas gastaron un 4 por ciento menos que en el anterior. Y casi un 2 por ciento menos de lo que habían previsto para ese año. ¿Cómo se incrementó su déficit? Pues sencillamente porque sus ingresos mediante los impuestos cayeron más aún. Ingresaron un 6 por ciento menos que un año antes. Y casi un 9 por ciento menos de lo que habían previsto.

¿Por qué se insiste pues en acusarlas de despilfarro en lugar de reconocer que la caída de la actividad económica ha hundido sus ingresos? Sólo hallo una explicación: su dinero se dedica en gran mayoría al gasto social. No sólo es el gasto que más ayuda a los desfavorecidos. Es más que eso, es el gasto que equilibra las desigualdades y hace a una sociedad más equitativa. ¿Cómo? Cobrando más impuestos a los que más tienen y repartiendo ese dinero entre todos, al menos por igual, e incluso dando más a los que menos tienen y más lo necesitan. Se hace a través de la sanidad pública, la educación, la dependencia...

Un techo de gasto no asegura un suelo de ingresos. Antes al contrario, en una situación de crisis, como hemos visto, la austeridad contribuye a la caída de la recaudación. Así será muy complicado reactivar la economía y por tanto reducir el déficit.

Sólo se conseguirá una cosa: hacer imposible que el Estado redistribuya la riqueza mediante el gasto social. ¿No será ese el objetivo?