"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

domingo, 4 de noviembre de 2012

LA BOLSA O LA VIDA

La política económica no es aséptica, como toda política responde a una contraposición de intereses. Con la crisis, lo que obtiene el conjunto de los asalariados ha disminuido. Y el conjunto de las empresas se ha aprovechado de la pérdida de empleo.

...el aserto de que la falta de ocupación que caracteriza una depresión se debe a la negativa de los obreros a aceptar una rebaja en el salario nominal, no se apoya en hechos.”
John M. Keynes
Teoría general de la ocupación el interés y el dinero.



A principios de octubre escuché en la radio, en la Cadena SER, un testimonio del presidente de la patronal, la CEOE, Joan Rosell, que me dió que pensar. La frase era por lo demás bien simple: “Cualquier mensaje de cualquiera de las administraciones españolas, ya sea local, ya sea autonómica o ya sea estatal que diga que vamos a cumplir, que nos vamos a dejar la vida para cumplir el objetivo de déficit, yo creo que es bueno”.

No lo saco a colación para hablar del objetivo de déficit. Ni del ajuste que implica. A estas alturas parece ya bastante evidente que el recorte del gasto público en plena crisis no lleva sino a la depresión de la economía y por consiguiente a la reducción de los ingresos públicos: el conjunto de la sociedad gana menos, gasta menos y por tanto paga menos impuestos. Recordemos que esto, que todo el mundo entiende ahora como una obviedad, no fue siquiera considerado por los analistas, economistas o líderes de opinión que defendieron los ajustes a partir de 2010 como algo no sólo inevitable, sino además como un signo de arrojo que había dado por fin con el camino adecuado para la salir de la crisis. Pese a quien pese o, me cueste lo que me cueste.

¿Y a qué ese interés por dejarse la vida, al que aludía el presidente de los empresarios? ¿Merece la pena ese sacrificio? ¿Cuál es su objeto?

La política económica no es aséptica, como toda política responde a una contraposición de intereses. Y la aplicada en estos tiempos puede valorarse en función de quien pague la factura de la crisis, si todos por igual, lo que no significaría avanzar a una sociedad igualitaria, sino que cada uno mantenga las posiciones de partida, o si unos la pagan más que otros. Para ello, imaginemos que la riqueza es una gran tarta. Veamos si continúa igual de repartida que antes, con independencia de su tamaño. Esta comprobación no es una quimera, ni se ha de recurrir a apreciaciones subjetivas para saldar agravios. Las cuentas que realiza el Estado, por medio del Instituto Nacional de Estadística, permiten saberlo con cierta claridad.

Desde que comenzó la crisis (fijamos como fecha de arranque el verano de 2008) hasta ahora, lo que gana el conjunto de los asalariados ha disminuido un 8,7 por ciento. Sin embargo, y pese a la crisis, lo que ganan las empresas ha aumentado el 1,7 por ciento. Significa que el trozo de la tarta de los que viven de su sueldo se ha hecho más pequeño y la de los que contratan a los asalariados, el de las empresas, se ha hecho un poco mayor. Tampoco han logrado tanto, podríamos pensar, para lo mucho que han disminuido los ingresos de los asalariados. Pero sí supone bastante, si tenemos en cuenta que la tarta se ha hecho más pequeña y el trozo empresarial más grande pese a ello. Lo vemos con números. Las empresas se llevaban al comienzo de la crisis el 42 por ciento de la tarta. Ahora se llevan casi el 45 por ciento. El cambio en el reparto todavía no es muy grande, por lo que hay que insistir en ello.

¿Tiene esto algo que ver con la política económica? ¿Guarda esto mucha relación con la política de austeridad y reformas? Los mismos números dejarán claro que sí. El coste de la crisis no se ha pagado siempre igual. Dividimos la hecatombe en que estamos sumidos en dos tramos: antes y después de la política de austeridad y reformas.

Entre mediados de 2008 y mediados de 2010 las ganancias de los asalariados habían caído un 4,4 por ciento. Y las ganancias de las empresas habían bajado más aún: casi el 7,5 por ciento. No podía ser. No era posible que los que contratan trabajadores y habían visto crecer sus ganancias más que estos durante la prosperidad, ahora hubiesen de repartir con ellos la carga de la desgracia. Era una constante aquí y en todas partes.

Las cosas cambiaron. La política económica tomó otra calle que parece interminable, porque aún seguimos en ella. ¿Era posible que las cosas fueran a peor? Sí lo era. Pero no para todos. Vino la austeridad. Esa que aun permanece como un mandato supremo y en la que, el presidente de los empresarios considera bueno eso de que “nos vamos a dejar la vida”. Veamos quién se la deja. Desde mediados de 2010 hasta ahora, las ganancias de los asalariados han caído ligeramente más que en el anterior periodo de la crisis: un 4,5 por ciento. ¿Y las ganancias de las empresas? ¡Han crecido... un 10 por ciento!

De acuerdo con el aserto del presidente de los empresarios parece claro quiénes se dejan la vida y quiénes se llevan la bolsa.

Esto no se refleja en una sola estadística. El mismo organismo publica también cada trimestre cómo marchan las rentas, las ganancias, de las familias y de las empresas. También del Estado y del conjunto de las administraciones públicas. Ahora las ganancias de las familias son un 6 por ciento menores que cuando comenzó la crisis. Las empresas disponen de casi un 74 por ciento más de renta. Y las administraciones públicas han sufrido un adelgazamiento como ninguno: Su renta disponible es ahora un 32 por ciento menor que cuando se desató la crisis.

La explicación primaria de ese nuevo reparto de la tarta parece evidente. Han perdido su empleo más de tres millones de personas. Ello, acompañado de una moderación salarial, ha provocado una caída del conjunto de los salarios. Se podrá argumentar que el salario individual no ha caído. Sí lo ha hecho, porque ha crecido menos que los precios. Pero además, lo cierto es que lo que obtiene el conjunto de los asalariados para mantenerse en conjunto ha disminuido. ¿Y por qué a partir de 2010 no les ha pasado lo mismo a las empresas, al conjunto de las empresas, si estamos en crisis? Pues porque el conjunto de las empresas se ha aprovechado de la pérdida de empleo.
Pero esto no durará siempre, se podrá pensar. En el momento en que se supere la crisis y los parados encuentren empleo, volverá la situación de antes, esa en la que las empresas ganaban más, pero a los trabajadores no les iba mal, porque también aumentaban su ganancia a buen ritmo. ¿Seguro que se restablecerá el orden anterior? Eso podría ser cierto si lo que estuviese ocurriendo fuese coyuntural. Es decir, no hubiese cambiado nada más. Pero no es así. ¿No hemos oído hablar de las reformas estructurales? ¿Qué reformas? La laboral, la de los impuestos, la de reducción de los servicios públicos, la de las pensiones, la de la administraciones públicas. También la de la Constitución, aprobada por sorpresa en septiembre de 2011. Ésta es la más grave, porque ata al Estado para que no pueda equilibrar las desigualdades mediante el gasto público. Y sobre todo, porque antepone el derecho del acreedor del Estado a cobrar por encima de la protección pública de los ciudadanos. La situación salarial y de derechos anterior no volverá si se asientan esas reformas.

Los ciudadanos deberán entonces costearse todo lo que el Estado ha dejado de darles y dispondrán de ganancias más reducidas. ¿Cómo podrán las empresas venderles sus productos y sus servicios, para seguir ganando? Ese es el problema. Pero la solución ya está inventada, se ha practicado antes: prestándoles dinero. Esa es la tarea de los bancos. Por eso los bancos deben estar saneados de nuevo. Y estos, ¿de donde lo sacarán? Las posibilidades siguen intactas: lo podrán sacar como antes. Podrán transformar esos préstamos en títulos con los que se especula en los mercados financieros, en todo el mundo. El dinero de ese modo se reproduce a sí mismo. Y vuelta a empezar.

Dicen que las crisis son épocas de grandes oportunidades... para quien las sabe aprovechar. La descrita puede ser una vía. Pero hay otras. Todo depende de los ciudadanos.