De momento, la crisis de
Chipre ha servido para demostrar cuatro cosas: El dinero en los
bancos no es intocable. Desde Bruselas se puede hacer el ridículo
como desde cualquier otro sitio. Los mercados no se agitan por lo que
nos han contado. Y más que nada, la democracia en la toma de
decisiones europeas es sólo un adorno.
¿Y cómo vas a recoger el
trigo y alimentar el fuego si yo me llevo la canción?
León Felipe.
Antología rota.
La
solución impuesta por la Unión Europea a la crisis de Chipre ha
roto al menos cuatro tabúes.
-El
primero de ellos, que los depósitos de los bancos estaban
protegidos por el sistema. Eran intocables. Ya no lo son.
-El
segundo, que los responsables de la Comisión Europea, y los que
mandan, como Alemania y compañía, podían ser muy duros e incluso
injustos, pero eran hábiles, preparados y eficientes. El espectáculo
dado dice lo contrario.
-El
tercero, que en eso del dinero, lo que se habla y lo que se hace debe
estar muy medido, porque cualquier pequeño comentario puede hacer
temblar los mercados. Han temblado poco los
temidos mercados con tanto dislate.
-Y
el cuarto y más importante, que la democracia rige en la Unión
Europea. La forma de abordar el problema deja claro que la democracia
es solo un adorno.
Repasemos
cada uno de ellos. La garantía de los depósitos bancarios y la
consiguiente disponibilidad de los mismos para sus dueños era la
base del sistema financiero, lo que demostraba su solvencia. Es
dinero ajeno confiado al banco para su custodia. Ese principio era de
hecho el único que hacía posible la supervivencia de un banco. De
otro modo nadie confiaría su dinero a una institución que no le
garantiza que se lo devolverá. Ese principio ha sido el que ha
servido para explicar que por mal que esté un banco, por mal que lo
hayan hecho sus gestores, debe salvaguardarse, aun a costa del dinero
público, porque allí está el dinero de los ciudadanos.
Esa
ha sido la excusa para que en muchos casos se haya salvado a los
bancos y especialmente a sus acreedores, a los que les habían
prestado dinero para que lo prestaran a sus clientes a mayor
interés. Esos acreedores eran en general otros bancos. Se
argumentaba que esto era vital para que se mantuviera el sistema
financiero. De otro modo, se decía, el mercado no prestaría a los
bancos y estos se hundirían. Con ese principio Europa salvó gran
número de bancos que habían sido el origen de la crisis. Alemania
encabezó la lista: se gastó 340.000 millones de euros en salvar a
sus entidades financieras, repletas de hipotecas basura y productos
financieros de alto riesgo. El caso de España es conocido, pero en
fechas diferentes se reprodujo en casi todos los países. Esto
valió mientras que los bancos fueron de los países que cuentan y
sobre todo mientras que los principales acreedores eran alemanes y
demás. Cuando estos están a salvo, ese principio sacrosanto ya no
vale. ¿Qué ha justificado entonces el salvamento del resto de
los bancos europeos?
Chipre
es un caso único, no se para de repetir. ¿Seguro? Sus bancos tienen
un tamaño muy superior al de su economía: representan 7 veces su
Producto Interior Bruto. Pero esto no es un caso único en la Zona
Euro. En Luxemburgo los bancos son 22 veces más grandes que el PIB
del país. Y hay otros casos como el chipriota. Se argumenta
también, para justificar la solución tomada, que una parte
importante de sus depósitos bancarios son rusos, no de la Unión
Europea. Tampoco es un caso único. Luxemburgo tiene más del doble
de dinero ruso que Chipre y es un país la mitad de pequeño. Irlanda
también le adelanta. Se añade a las explicaciones que Chipre es un
paraíso fiscal. También lo es de
hecho Luxemburgo,
el segundo paraíso fiscal más grande del mundo, detrás de las
Islas Caimán y ahí sigue. Basta con acudir a las estadísticas del
Fondo Monetario Internacional para comprobar donde se coloca el
dinero. Países
como Luxemburgo, Holanda, Irlanda y numerosos territorios diminutos
de la Unión Europea guardan dinero de otros países por valor muy
superior a su riqueza nacional. Y todos muy por encima de Chipre.
El
segundo de los tabúes es el que requiere de menos argumentos para
explicar que se ha venido abajo. Más allá de su aparato
tecnocrático, la Unión Europea ha demostrado hace tiempo que
dispone de un equipo político que daría risa si no fuera porque
supondría reírnos de nosotros mismos. El caso más palmario ha sido
desde hace tiempo su política exterior. La Comisión Europea
está compuesta, salvo excepciones, por políticos fracasados en
el plano nacional o sin demasiado relieve en sus
respectivos países, que han adquirido la imagen de solventes
simplemente por el hecho de estar en Bruselas. En realidad no son
sino instrumentos de los que más mandan en la Unión Europea.
Pero hay dos novedades más preocupantes en esta crisis. La primera
es que ahora esa institución casi ridícula que es la Comisión
Europa se ha metido directamente a mandar en los países. La segunda
es que la incapacidad en el caso chipriota ha venido de los ministros
de economía de la Zona Euro, el eurogrupo, que ha tomado decisiones
corrigiéndolas en pocas horas. ¿Nos imaginamos qué pensaríamos
si en España, por ejemplo, el Consejo de Ministros acordase algo de
suma importancia y a los dos días hubiese de reunirse de urgencia
para rebatir lo acordado?
El
tercer tabú guarda relación con el desastre de gestión de la
crisis chipriota. Hace menos de un año cualquier chismorreo
económico, una simple frase de un diputado del Bundestag, por no
decir el vuelo de una mosca, era suficiente para conmover los
mercados. Si algo de eso pasaba, la prima de riesgo se disparaba, las
bolsas se desplomaban. Ahora, con decisiones sorprendentes,
declaraciones contradictorias, alarmas de todo tipo, las tormentas de
los mercados son pequeñas y apenas duran una mañana. Eso hace
pensar que las causas que antes explicaban que se disparara la prima
de riesgo no eran sino excusas para especular. ¿Por qué no
ocurre ahora? Porque el Banco Central Europeo acordó en septiembre
que si era necesario compraría la deuda pública del país donde se
hubiese disparado la prima de riesgo. Lo hizo una vez que, a costa
de ese miedo a los mercados, se había conseguido recortar derechos y
ayudas sociales y se había provocado una recesión profunda en
numerosos países.
El
cuarto tabú que se ha venido abajo estaba ya tambaleándose desde
hacía tiempo. Las decisiones se toman en el seno de la Unión
Europea y especialmente en la Zona Euro al margen de las instancias
democráticas. Ocurrió en Grecia. Su primer ministro Yorgos
Papandreu, demostró ser un incapaz, pero había sido elegido por los
griegos, y fue destituido de hecho por Merkel y Sarkozy, cuyo poder
nada tiene que ver con el sistema democrático griego. Ocurrió
también en Italia. Silvio Berlusconi es un manifiesto corrupto que
hizo leyes en su exclusivo beneficio. Pero había sido elegido por
los italianos y también fue destituido por Merkel y Sarkozy cuando
ya no servía a la política que ellos dictaban. Ahora, en el caso
chipriota, se ha disimulado incluso menos. Merkel manifestó que se
le estaba acabando la paciencia cuando el Parlamento de Chipre se
negó a aceptar el trágala que le imponía. Y en un gesto insólito
el Banco Central Europeo, que es también propiedad de los
chipriotas, anunció en un escueto comunicado el 21 de marzo, que si
el 25 Chipre no había aceptado lo impuesto desde fuera, le cerraría
el grifo, no facilitaría más dinero a sus bancos. Lo acordó una
institución que es de todos los europeos, pero que responde sólo
ante Dios y ante la historia.