"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

domingo, 31 de marzo de 2013

EL TRÁGALA CHIPRIOTA


De momento, la crisis de Chipre ha servido para demostrar cuatro cosas: El dinero en los bancos no es intocable. Desde Bruselas se puede hacer el ridículo como desde cualquier otro sitio. Los mercados no se agitan por lo que nos han contado. Y más que nada, la democracia en la toma de decisiones europeas es sólo un adorno.

¿Y cómo vas a recoger el trigo y alimentar el fuego si yo me llevo la canción?
León Felipe.
Antología rota.



La solución impuesta por la Unión Europea a la crisis de Chipre ha roto al menos cuatro tabúes.

-El primero de ellos, que los depósitos de los bancos estaban protegidos por el sistema. Eran intocables. Ya no lo son.
-El segundo, que los responsables de la Comisión Europea, y los que mandan, como Alemania y compañía, podían ser muy duros e incluso injustos, pero eran hábiles, preparados y eficientes. El espectáculo dado dice lo contrario.
-El tercero, que en eso del dinero, lo que se habla y lo que se hace debe estar muy medido, porque cualquier pequeño comentario puede hacer temblar los mercados. Han temblado poco los temidos mercados con tanto dislate.
-Y el cuarto y más importante, que la democracia rige en la Unión Europea. La forma de abordar el problema deja claro que la democracia es solo un adorno.

Repasemos cada uno de ellos. La garantía de los depósitos bancarios y la consiguiente disponibilidad de los mismos para sus dueños era la base del sistema financiero, lo que demostraba su solvencia. Es dinero ajeno confiado al banco para su custodia. Ese principio era de hecho el único que hacía posible la supervivencia de un banco. De otro modo nadie confiaría su dinero a una institución que no le garantiza que se lo devolverá. Ese principio ha sido el que ha servido para explicar que por mal que esté un banco, por mal que lo hayan hecho sus gestores, debe salvaguardarse, aun a costa del dinero público, porque allí está el dinero de los ciudadanos.
Esa ha sido la excusa para que en muchos casos se haya salvado a los bancos y especialmente a sus acreedores, a los que les habían prestado dinero para que lo prestaran a sus clientes a mayor interés. Esos acreedores eran en general otros bancos. Se argumentaba que esto era vital para que se mantuviera el sistema financiero. De otro modo, se decía, el mercado no prestaría a los bancos y estos se hundirían. Con ese principio Europa salvó gran número de bancos que habían sido el origen de la crisis. Alemania encabezó la lista: se gastó 340.000 millones de euros en salvar a sus entidades financieras, repletas de hipotecas basura y productos financieros de alto riesgo. El caso de España es conocido, pero en fechas diferentes se reprodujo en casi todos los países. Esto valió mientras que los bancos fueron de los países que cuentan y sobre todo mientras que los principales acreedores eran alemanes y demás. Cuando estos están a salvo, ese principio sacrosanto ya no vale. ¿Qué ha justificado entonces el salvamento del resto de los bancos europeos?

Chipre es un caso único, no se para de repetir. ¿Seguro? Sus bancos tienen un tamaño muy superior al de su economía: representan 7 veces su Producto Interior Bruto. Pero esto no es un caso único en la Zona Euro. En Luxemburgo los bancos son 22 veces más grandes que el PIB del país. Y hay otros casos como el chipriota. Se argumenta también, para justificar la solución tomada, que una parte importante de sus depósitos bancarios son rusos, no de la Unión Europea. Tampoco es un caso único. Luxemburgo tiene más del doble de dinero ruso que Chipre y es un país la mitad de pequeño. Irlanda también le adelanta. Se añade a las explicaciones que Chipre es un paraíso fiscal. También lo es de hecho Luxemburgo, el segundo paraíso fiscal más grande del mundo, detrás de las Islas Caimán y ahí sigue. Basta con acudir a las estadísticas del Fondo Monetario Internacional para comprobar donde se coloca el dinero. Países como Luxemburgo, Holanda, Irlanda y numerosos territorios diminutos de la Unión Europea guardan dinero de otros países por valor muy superior a su riqueza nacional. Y todos muy por encima de Chipre.

El segundo de los tabúes es el que requiere de menos argumentos para explicar que se ha venido abajo. Más allá de su aparato tecnocrático, la Unión Europea ha demostrado hace tiempo que dispone de un equipo político que daría risa si no fuera porque supondría reírnos de nosotros mismos. El caso más palmario ha sido desde hace tiempo su política exterior. La Comisión Europea está compuesta, salvo excepciones, por políticos fracasados en el plano nacional o sin demasiado relieve en sus respectivos países, que han adquirido la imagen de solventes simplemente por el hecho de estar en Bruselas. En realidad no son sino instrumentos de los que más mandan en la Unión Europea. Pero hay dos novedades más preocupantes en esta crisis. La primera es que ahora esa institución casi ridícula que es la Comisión Europa se ha metido directamente a mandar en los países. La segunda es que la incapacidad en el caso chipriota ha venido de los ministros de economía de la Zona Euro, el eurogrupo, que ha tomado decisiones corrigiéndolas en pocas horas. ¿Nos imaginamos qué pensaríamos si en España, por ejemplo, el Consejo de Ministros acordase algo de suma importancia y a los dos días hubiese de reunirse de urgencia para rebatir lo acordado?

El tercer tabú guarda relación con el desastre de gestión de la crisis chipriota. Hace menos de un año cualquier chismorreo económico, una simple frase de un diputado del Bundestag, por no decir el vuelo de una mosca, era suficiente para conmover los mercados. Si algo de eso pasaba, la prima de riesgo se disparaba, las bolsas se desplomaban. Ahora, con decisiones sorprendentes, declaraciones contradictorias, alarmas de todo tipo, las tormentas de los mercados son pequeñas y apenas duran una mañana. Eso hace pensar que las causas que antes explicaban que se disparara la prima de riesgo no eran sino excusas para especular. ¿Por qué no ocurre ahora? Porque el Banco Central Europeo acordó en septiembre que si era necesario compraría la deuda pública del país donde se hubiese disparado la prima de riesgo. Lo hizo una vez que, a costa de ese miedo a los mercados, se había conseguido recortar derechos y ayudas sociales y se había provocado una recesión profunda en numerosos países.

El cuarto tabú que se ha venido abajo estaba ya tambaleándose desde hacía tiempo. Las decisiones se toman en el seno de la Unión Europea y especialmente en la Zona Euro al margen de las instancias democráticas. Ocurrió en Grecia. Su primer ministro Yorgos Papandreu, demostró ser un incapaz, pero había sido elegido por los griegos, y fue destituido de hecho por Merkel y Sarkozy, cuyo poder nada tiene que ver con el sistema democrático griego. Ocurrió también en Italia. Silvio Berlusconi es un manifiesto corrupto que hizo leyes en su exclusivo beneficio. Pero había sido elegido por los italianos y también fue destituido por Merkel y Sarkozy cuando ya no servía a la política que ellos dictaban. Ahora, en el caso chipriota, se ha disimulado incluso menos. Merkel manifestó que se le estaba acabando la paciencia cuando el Parlamento de Chipre se negó a aceptar el trágala que le imponía. Y en un gesto insólito el Banco Central Europeo, que es también propiedad de los chipriotas, anunció en un escueto comunicado el 21 de marzo, que si el 25 Chipre no había aceptado lo impuesto desde fuera, le cerraría el grifo, no facilitaría más dinero a sus bancos. Lo acordó una institución que es de todos los europeos, pero que responde sólo ante Dios y ante la historia.

domingo, 10 de marzo de 2013

PASTOR AETERNUS


“Cuando llegará, Señor, el día en que vengas a nosotros para reconocer tus errores ante los hombres”
                    El Evangelio según Jesucristo.                                                  José Saramago


En medio del vacío de la silla de Pedro, de noticias sobre quien la ocupará y de artículos y comentarios sobre los rasgos de los aspirantes al solio vaticano,  no puedo evitar mis propias reflexiones sobre el asunto. Son las reflexiones de un profano. Y producto de ellas me asalta un problema teológico que no consigo resolver. Lo expongo a continuación.

En breves días habrá nuevo Papa. No importa para este caso quien pueda ser el elegido, ni que nombre tomará para ejercer su pontificado. Desde el momento en que el anillo del Pescador adorne su mano derecha estará investido del primer atributo papal, la infalibilidad. Es un dogma que la doctrina católica atribuye en exclusiva al Vicario de Cristo desde tiempos remotos, pero que fue definido con claridad en el Concilio Vaticano I y plasmado en la Constitución Dogmática Pastor Aeternus el 18 de julio de 1870. “…enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de Fe y Costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Obispo de Roma son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia”. 
 
Pensemos en que al poco tiempo de asumir la vacante dejada por Benedicto XVI, al nuevo Papa le acomete una crisis de fe. No es algo totalmente descartable. Además de Papa con todos sus atributos es un ser humano. Son muchas las personas que han vivido esta experiencia. Entre los laicos, pero también entre los sacerdotes. Muchos han abandonado la vida eclesiástica, por falta de vocación, pero otros también lo han hecho por pérdida de la fe. Millones de personas fueron educadas en la fe y la han abandonado con el paso del tiempo. Esta pérdida puede ser una relajación, un desinterés por el sentimiento religioso, por las creencias trascendentes. Pero puede ser otra cosa. La convicción, equivocada o no, de la inexistencia de un Ser Supremo. En este caso no se trata de una relajación en la fe. Es algo activo y consistente.

Es a esto último a lo que me refiero, que el Papa llegase, como otros seres humanos, a esa convicción. Su papel de maestro espiritual no le podría dejar indiferente. Si la creencia profunda en el Creador de todas las cosas le obliga a transmitir el mensaje de su fe. La convicción igual de profunda en la inexistencia de Dios, podría llevarle también  a dar testimonio de esa buena  o mala nueva.

No sería el primero en querer compartir el mensaje de que Dios no existe, pero ninguno hasta ahora, que sepamos, lo ha hecho investido por el dogma de la infalibilidad.

Llevado por la inmensa responsabilidad que ha asumido ante los seres humanos en el plano de las creencias, el Papa podría verse impelido “ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos”, a proclamar, “ex cathedra”, que Dios no existe.  Si en el fondo de su ser esa fuese su creencia, la infalibilidad convertiría en su caso la creencia en certeza indudable y lo más honesto posiblemente sería revelarla.

Esta es la contradicción teológica que me planteo. Con  su atributo incuestionable de infalibilidad recibido desde su fe en Dios, el Papa podría proclamar, como infalible, la no existencia de Dios.

Se daría la tremenda paradoja de que, a través de la doctrina católica, se habría acabado con la creencia que más ha obsesionado al  ser humano desde tiempos ancestrales. En ese caso sólo un milagro podría evitarlo.