"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

jueves, 24 de abril de 2014

EL ANTÍDOTO PROHIBIDO. La deflación (II)

Cuando se disparaba la inflación, el Banco Central Europeo pedía a los gobiernos que controlasen el gasto y a los agentes sociales subidas salariales  pequeñas. ¿No debería ahora pedirles más gasto y mayores salarios para conjurar la deflación?
“El consumo -para repetir lo evidente- es el único objeto y fin de la actividad económica”
J.M. Keynes

Ciertamente es una tarea arriesgada elaborar una tesis que aparente solvencia con el propósito de defender, por ejemplo, una política económica contestada o que responde a intereses sólo de una parte pequeña de la sociedad. Es arriesgado, porque se corre el peligro de contradecirse con el paso del tiempo. Y el caso de la deflación puede ser un ejemplo. Hablamos de bajadas generales y continuas de los precios.   .
Contábamos en el anterior artículo que la deflación es el mal de las economías que han sido sometidas al tratamiento que viene recibiendo España: la austeridad económica y la llamada devaluación salarial. Por ello, se explica que los que defienden ese tratamiento se hayan resistido a reconocer su posible y grave efecto secundario. Si así fuese podrían verse en la obligación de recomendar la suspensión de tal tratamiento. Eso explica el sinsentido semántico de llamar a la deflación “inflación negativa”, un contradiós que se parece a la expresión “avance estratégico sobre la retaguardia”, utilizada por  la propaganda de los alemanes durante su huída de Francia tras el desembarco de Normandía. Yo he escuchado o leído ese doble palabrejo absurdo al menos a dos economistas prestigiosos de nuestro país.
Volvemos a las tesis arriesgadas para defender una política económica. El 15 de mayo de 2013, Antoni Espasa, para algunos la mayor autoridad económica de nuestro país en variación de precios, escribía: “Deberíamos observar más y mayores caídas de precios, lo que no habría que ver como un peligro de espiral deflacionista, sino como un ajuste necesario para reavivar la demanda.” Casi un año después, el pasado 29 de marzo, cuando esa política ha provocado más y mayores caídas de precios, seguía sin contemplar una espiral deflacionista, pero aseguraba: “el escenario de importante moderación de la demanda es lo suficientemente preocupante como para que se consideren con urgencia medidas que eviten la entrada en deflación”.  
Otra autoridad en la materia. Ángel Laborda, escribía en noviembre del año pasado: “Hay que descartar la deflación...Es la devaluación interna a la que muchos se resisten. Una medicina amarga, como la de reducir la deuda, pero no hay más remedio que tomarla. Tomar falsos atajos o medidas en contra solo serviría para prolongar la crisis”. Cuatro meses más tarde, el mes pasado, era igual de rotundo, pero en otros términos, “Se publicaron dos indicadores de precios, que de nuevo nos hicieron pensar en la temida deflación…Variaciones de los precios tan bajas o negativas no ayudan a salir de la crisis”.
Esto no tiene por objeto señalar contradicciones. Tampoco valorar pronósticos. Sigo sin saber si habrá o no deflación persistente. Me he referido a lo anterior para hablar de las medidas que se emplean para evitarla. Ese era el objetivo.
El Banco Central Europeo ha dicho ya que hará todo lo necesario para conjurar el riesgo de deflación. No lo ha hecho aún. Hay quien estima que el solo anuncio de que actuará evitará la deflación. Lo dicen porque interpretan la variación de los precios de consumo del mismo modo que la variación de los precios de la bolsa. Estos suben y bajan en función de expectativas, no de hechos reales. En la bolsa es la especulación el motor principal que hace variar los precios. Pero en el consumo es sobre todo el poder de compra del consumidor el que determina que el precio suba o baje. Y no acierto a comprender cómo una sola promesa del presidente del Banco Central Europeo puede llenar los bolsillos de un asalariado  y consumidor español.
Pero pasemos de los anuncios a los hechos. Para contrarrestar el peligro de deflación, el BCE tiene varias actuaciones posibles. La primera es bajar aún más el tipo de interés que pone a los bancos para prestarles dinero. Ahora es el 0.25 por ciento. Podría llegar a no cobrarles interés. También podría cobrar a los bancos por el simple hecho que guarden su dinero en el BCE sin usarlo, como hacen en gran medida, ahora sin coste alguno. Podría hacer préstamos masivos a esos mismos bancos, más allá de lo mucho que ya les presta. Y el último paso: el que dio Estados Unidos, Japón o el Reino Unido. Comprar títulos de deuda pública. Al cambiarlos por dinero fresco, aumentaría la cantidad de euros en la economía. Esto último es lo que llaman “medidas no convencionales”, porque no figura en el protocolo asiduo de los bancos centrales, es algo excepcional. Todo en suma con el objeto de que haya más dinero disponible. La duda es si ese dinero estaría disponible para el que debe consumir y evitar la deflación.
Y aquí volvemos al comienzo, el consumo lo hacen preferentemente los ciudadanos, en su mayoría asalariados, y estos tienen restringido su acceso al dinero por varias vías. La primera restricción viene de su salario, congelado o reducido. La segunda, de la reforma laboral. Esta, además de propiciar la devaluación salarial, ha hecho que quien pierde el empleo tenga garantizado menos dinero de indemnización. Eso significa que ha visto reducida  su solvencia para conseguir dinero prestado de un banco. Y la tercera restricción es el desempleo de larga duración. Si estar en paro dificulta el consumo de una persona, estarlo durante mucho tiempo lo dificulta mucho más. Y el paro de larga duración aumenta de manera galopante. En los últimos dos años ha aumentado el 27 por ciento, casi tres veces más que el paro en general. Y lo sigue haciendo todavía. Ahora representa la mitad de todos los desempleados. Hace dos años era el 44 por ciento. Mientras, los que cobran un subsidio, que iría inevitablemente al consumo, se reducen mes a mes. En 2011 recibían subsidio el 74 por ciento de los parados. Ahora, sólo el 61 por ciento.
Pero el consumo lo hacen también el Estado, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Y tienen igualmente restringido el gasto. En su caso no sólo por el simple procedimiento de adquirir menos cosas o encargar menos trabajos, sino además practicando la deflación forzosa: dado que se trata del primer consumidor del país, puede imponer precios más bajos.
Si el Banco Central Europeo pusiera más dinero en la economía, no aseguraría que éste llegue a los que consumen, por lo que hemos explicado. Hay otras medidas. En alguna ocasión, cuando los precios subían en exceso el Banco Central Europeo ha pedido a los gobiernos de la Zona Euro que controlasen el gasto para combatir la inflación. La razón es la que he comentado antes, pero en ese caso en sentido contrario. ¿No debería ahora pedir que aumenten su gasto para evitar el riesgo de deflación? Al tiempo, solicitaba a empresas y sindicatos que pactasen subidas salariales que no incentivasen la espiral inflacionista. ¿No debería ahora pedirles que pacten incrementos salariales que eviten la espiral deflacionista?

Pero muy posiblemente topamos con lo dicho al comienzo: actuaciones con aparente solvencia con el propósito de defender una política económica contestada o que responde a intereses sólo de una parte pequeña de la sociedad.

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