El principal riesgo de la
independencia de Cataluña no es económico. Está en la forma en que se ha abordado el problema.
Se llama intolerancia y es el paso previo a fomentar el desprecio al otro o el
odio.
“El sentido común siempre habla con retraso”. Raymond Chadler. Playback.
Escribir sobre la posibilidad de una Cataluña independiente
es complicado. Intervienen tal cantidad de factores que se hace difícil dar una
explicación sobre las razones que han llevado al auge espectacular del independentismo.
Y mucho más difícil aún aventurar las consecuencias de la secesión, tanto para
Cataluña como para el conjunto de España. Pero lo voy a intentar.
Lo primero. Hasta la presente legislatura, la que llevó al
poder al PP a finales de 2011, el independentismo no fue la opción más elegida
de los catalanes. Las encuestas que hace cada tres meses el Centre d’Estudis
d’Opinió de la Generalitat de Catalunya así lo revelan. Según estas, el fuerte
incremento a favor de la independencia tiene dos fases. Una menos pronunciada,
que coincide con el comienzo de la crisis económica y que se acentúa en el
momento en que el gobierno de Zapatero apuesta por los ajustes y la austeridad. Y la otra, una auténtica escalada secesionista, cuando
llegan los más duros recortes impuestos por Rajoy. Esto lleva a pensar que el auge del independentismo catalán es hijo
de la crisis económica, y más que eso, de la forma en que se afrontó la crisis: recortes y
pérdidas de derechos sociales. El desapego al Estado vigente, que se
manifestó en otras partes de España, encontró una alternativa en Cataluña, que
en otros sitios no existía. En Madrid, por ejemplo, no hay forma de vincularse
a la independencia de nada.
Esto no quiere decir que no hayan influido otras cosas. La
primera, el sentimiento de nación propia
que tienen los catalanes, vinculado sobre todo a su lengua. Precisamente, el
desprecio y la negación de este hecho aumentó el independentismo.
Segundo. Vamos a las consecuencias. Las económicas y las
jurídicas son de las que más se habla. En realidad no se trata de argumentos
mínimamente elaborados, sino de reunir todas las calamidades posibles para
advertir que la Tierra se abriría y Cataluña descendería a las profundidades del
averno. De las consecuencias para el resto de España no se dice nada.
Cataluña dejaría todos los organismos internacionales, la
Unión Europea, la ONU, el FMI, la OTAN, y demás, viene a concluir un informe de
la Fundación Alternativas. Lo cierto es que Cataluña no dejaría ninguno de
ellos por la sencilla razón de que ahora no pertenece a los mismos. La
que pertenece es España. Obviamente, en el momento del nacimiento de un
Estado, este no pertenece a nada. Es a partir de ese instante cuando debe dar
los pasos para incorporarse a organismos internacionales.
Más en detalle, Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea,…
y no podría regresar a ella, se insiste. Repasemos. Cabe pensar que en caso de secesión
cientos de miles de españoles, incluso millones, quedarían en Cataluña sin
renunciar a su nacionalidad de origen. ¿Es
posible siquiera suponer que España renunciaría a que los españoles residentes
en Cataluña disfrutasen en el nuevo Estado de los derechos de ser ciudadanos de
la Unión Europea?
Cataluña es un territorio fundamental para el tránsito de
mercancías y personas al resto de los países de la Unión Europea. ¿Renunciaría también España a las garantías
que ofrece la libre circulación de mercancías y personas que transitan desde
nuestro país a Francia?
Miles de empresas españolas están radicadas en Cataluña, como
lo pueden estar en Francia, Alemania o Italia. Gozan de privilegios económicos
por el hecho de pertenecer a la Unión Europea. ¿Renunciaría también España a esos derechos económicos al quedar
Cataluña fuera de la Unión?
En cuanto a la
pertenencia a la zona euro. Su razón de ser es que las oscilaciones en el
valor de la moneda, el tipo de cambio, no afecten a las transacciones
económicas, ni a las inversiones en otro país de la eurozona. Si Cataluña quedase fuera de la moneda
única, innumerables empresas e inversiones españolas estarían sometidas a un
riesgo que ahora no tienen, el de la variación del valor de la moneda
catalana. Si esta se devaluase, obtendrían menos beneficios y el valor de sus
bienes en Cataluña descendería.
Más allá de todo esto, el Banco Central Europeo, el que
fabrica el dinero en la zona euro, asegura a los bancos que dispongan de
recursos necesarios, de liquidez, para atender a sus obligaciones de pago. Es
fundamental para su normal funcionamiento. En España ahora dos de los cinco
bancos más grandes son catalanes, La Caixa y el Banco Sabadell. Y no actúan
sólo en Cataluña. Baste un ejemplo, de las casi 5.300 oficinas de La Caixa,
3.800, más del 70 por ciento, están en otras partes de España. ¿Dejaría desasistida el Banco Central
Europeo a una entidad de la que dependen tantos españoles? El sentido común nos dice que sería
impensable. El Gobernador del Banco de España y miembro del Consejo del
Banco Central Europeo, Luis Linde, aseguró el pasado lunes que la banca de una
Cataluña independiente no tendría el dinero del BCE y que consiguientemente
habría riesgo de corralito, de bloqueo del dinero de los clientes. Jamás un responsable del BCE ha hablado de
riesgos tan graves para el sistema financiero, no ya catalán, sino español,
donde inevitablemente está imbricado. Por mal que puedan hacer su trabajo, se
les suponía un mínimo de cordura.
La independencia de
Cataluña tiene indudablemente riesgos y consecuencias muy serias. Pero no son los que agitan un día
tras otro las autoridades españolas, y muchos expertos. Son más importantes si
cabe. La primera consecuencia,
indeseada para cualquiera que crea en un Estado donde los sacrificios recaigan
más sobre los ricos, es la disminución
de la solidaridad entre territorios, porque Cataluña es más rica que la
media de España.
El segundo riesgo es
que cunda el ejemplo
y se desmiembre un Estado en el que, por las políticas aplicadas ante la crisis,
cree ahora menos gente.
El tercero es el riesgo
geopolítico. Cataluña
es una joya demasiado preciada para que grandes potencias traten de atraerla a
su área de influencia, con el perjuicio correspondiente para España.
Pero por encima de todo, el
principal riesgo es mucho más obvio. Tanto, que ya “ha enseñado la patita”.
Es el de la intolerancia, la
incomprensión que puede llevar al
desprecio o al odio. El PP viene jugando con ello desde mucho antes de
llegar al poder. Sólo hay que recordar su actuación durante el mandato de
Zapatero y la reforma del Estatut catalán.