Pretender que se avanza hacia la formación de un Gobierno con
un documento inconcreto, para que sea aceptado por todos, y negociado sólo con
fuerzas que sumadas quedan lejos de la mayoría no deja de ser una
representación teatral.
Si nadie sabe lo que haces, nadie discutirá contigo.
Cottom Club.
Francis Ford
Coppola.
Debo de tener muy malas entendederas, pero por mucho que le
doy vueltas no acierto a comprender qué avance se está produciendo en la
negociación para formar Gobierno. Es de eso
de lo que se trata, ¿no? Recapitulo lo esencial del avance producido hasta
ahora. El primer día de conversaciones, Pedro
Sánchez lanzó un mensaje de optimismo: “esto empieza bien”, después de
reunirse con cuatro fuerzas políticas
que totalizan ocho diputados.
Tras una primera toma de contacto con todos los grupos, salvo
el PP, en los días posteriores, el PSOE ha comenzado ya a negociar por separado con tres fuerzas
políticas, a las que ha presentado un documento base. Se titula “Programa para
un gobierno progresista y reformista”. Tras esas sesiones, ni Ciudadanos, ni
Izquierda Unida, ni Compromís, las tres fuerzas en cuestión, pusieron reparos
importantes al documento. La conclusión que sacó el portavoz socialista en el
Congreso, Antonio Hernando, fue que no veía ningún obstáculo para alcanzar un
pacto de Gobierno con ellos. Luego, algo parecido ocurrió con el PNV.
Suena bien, ¿no? Pues
a mí me recuerda a una persona que se sube en una cinta de correr en un
gimnasio. Se pasa en ella 15 minutos y da por hecho que ha recorrido poco más
de dos kilómetros. Es obvio que no ha recorrido ninguno. Está en el mismo sitio
que al comienzo, pese a haber derrochado el esfuerzo para desplazarse.
El artificio que hace
ver otra cosa se descubre si analizamos cuatro elementos fundamentales.
El primero es el
contenido. No voy a
entrar a comentar en detalle lo que se recoge en el documento presentado por el
PSOE. Si todavía pervive, pienso hacerlo en un posterior artículo, referido,
eso sí, a sus aspectos económicos y laborales. Pero compruebo que, junto al
tono general de cambio político que plantea (no podía ser de otra manera, claro
está) el texto es inconcreto en aquello que otros pueden rechazar, o
simplemente no lo recoge. Y se trata en los dos casos de asuntos cruciales.
Sólo entra en cierto detalle en lo que todos dan por bueno, salvo el PP. En
suma, está muy bien para echarle un vistazo, pero es tramposo, porque contribuye a dar la sensación de un acuerdo
sólo aparente.
El segundo elemento es la
relación entre las partes. La negociación se ha realizado de forma estanca. Primero con uno,
Ciudadanos: ¿Te parece bien esto? Bueno, la mayoría no me parece mal. Y si se
lo parece, como es tan inconcreto, se
calla. Después otro, Compromís. ¿Qué te parece? Falta alguna cosa, pero en
general, no me opongo a lo que está escrito. Y el tercero, Izquierda Unida.
¿Cómo lo ves? Decir, no dice nada malo. Finalmente,
realizó la misma operación con el PNV, con resultado similar.
Es muy posible que cada partido haya aportado sus ideas, para
darle concreción a lo presentado, pero los
otros no lo han oído, por lo que nadie puede oponerse. Pero nada indica que
todos estén de acuerdo.
El tercer elemento que
hace engañoso el avance es el número. Todos los partidos con los que el PSOE ha negociado ya por
separado suman 52 diputados. Si se añaden los 90 del PSOE, totalizan 142.
Faltan 34 para la mayoría.
El cuarto elemento es
el fundamental: la configuración del Gobierno. Por más que se repita la tópica
frase de “lo importante no son los sillones, no deja de ser una falacia. Para
darnos cuenta de la estupidez que representa, hagamos un ejercicio: utilicemos
otro término para hablar de asientos, por ejemplo, escaños. ¿A que es estúpido
que un partido diga que no le interesan los escaños? Los sillones aludidos no son otra cosa que poder. Y la gestión pública
sólo se materializa desde el poder. Sin
él no hay “programa, programa, programa”. El
acordar qué partidos van a formar parte de ese poder es la clave y todo pasa
por ahí. Por eso, Ciudadanos que lo tiene claro, como cualquiera que
piense, no está dispuesto a apoyar un Gobierno en el que se siente una fuerza
diametralmente opuesta a la suya, Podemos. Y por eso Podemos, que le ocurre lo
mismo, tampoco apoyará un gobierno en el que esté Ciudadanos. La diferencia es
que PSOE y Podemos pueden articular, con
pequeños apoyos, un Gobierno, mientras que PSOE y Ciudadanos no, como he
explicado más arriba. Necesitarían al PP, por activa o por pasiva.
Es un ejercicio de cinismo acusar a Podemos de pretender
sillones. ¿Es que el PSOE pretende el absurdo de gobernar sin ocupar los
sillones de ministro?
Todo esto ha sido elemental en cualquier formación de Gobierno,
por ejemplo autonómico. Aquí parece que no funciona esa lógica, simplemente por
una cosa: no lo quiere el poder, no el de los sillones citados, ni el de los
escaños, sino el que todo el mundo conoce, el poder establecido desde mucho
antes de estas elecciones.
Cuando Pedro Sánchez y el PSOE lleguen a esta conclusión, se
habrán bajado de la cinta de correr en un gimnasio y emprenderán de verdad el
camino hacia la formación de un gobierno.