"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

jueves, 8 de septiembre de 2016

NO ES NADA PERSONAL, SON NEGOCIOS.

La creencia resignada de que los jóvenes tienen que habituarse a ganar  menos de lo que ganaban sus padres, no cae en la cuenta de que las pensiones de los que trabajaron antes de la crisis van a depender de lo que ganen los que han comenzado a trabajar después.
Dile que lo hice por negocio, yo siempre le quise.
Francis F. Coppola. El Padrino.

Decir que los salarios en España han bajado durante la crisis no es revelar nada a estas alturas. Salvo el ministro Montoro, o en ocasiones el presidente Rajoy, nadie lo niega. No ha sido además un fenómeno espontáneo. La bajada de sueldos ha sido una de las estrategias económicas fundamentales de la política de austeridad, inaugurada en 2010, e intensificada desde que el PP comenzó a gobernar, al acabar 2011.

Rebajar los sueldos de la gente de forma sensible no es fácil. El economista Paul Krugman así lo dice en un libro publicado en 2012. Se basaba en experiencias pasadas. Se pueden reducir los sueldos que reciben los asalariados actuales un par de años, como ha ocurrido, o como mucho, lograr que estos suban menos de lo que aumentan los precios. Por ejemplo, en España, el sueldo medio es ahora de 22.800 euros anuales. En 2008 era algo menos: 21.600.  Pero la inflación, la subida de los precios durante ese tiempo, hace que el dinero ahora tenga menos valor. Si hacemos el cálculo, los 21.600 euros de 2008 serían ahora 23.400 euros, unos 600 más de los 22.800 que ahora se gana. Es decir, el salario medio real ha bajado casi un 3 por ciento desde entonces a hoy.   Es lo que se llama bajada de los salarios reales.

Esto sin embargo,  es sólo una parte insignificante de la bajada salarial. Hay otra forma mucho más eficaz y contundente, y a la vez  mucho más peligrosa, no sólo para el que gana menos, sino para el sistema económico, más en concreto, para el Estado de Bienestar. Esa es la que se practica ahora en España, y posiblemente en otros sitios, con notable resultado. A ello me voy a referir.

El procedimiento consiste no sólo en bajar los sueldos a los que ya tienen un empleo, sino en pagar mucho menos salario a los que comienzan a trabajar. Tomamos datos del Instituto Nacional de Estadística. El sueldo medio de los asalariados que tienen entre 20 y 24 años era en 2008 de 13.300 euros al año. En 2014 ese salario de los jóvenes era de 11.800 euros. Es decir, un 13 por ciento más bajo (aquí se incluye lo que paga en el IRPF y por cotizaciones sociales. A casa se lleva menos).

Ese efecto se combina con otro. Los que más ganan se van jubilando y dejan su puesto a nuevos trabajadores que cobran bastante menos. A esto se añade toda una estrategia política y empresarial: las masivas prejubilaciones y otras formas de despido más expeditivas y más baratas para el empresario, han acentuado de forma brusca esa sustitución  impuesta por el ciclo de la vida. La consecuencia es que según avanza el tiempo, se van incorporando  a trabajar nuevas personas y van abandonando el empleo los mejor pagados,  con lo que esa bajada general de sueldo se irá ampliando  más.

No hace mucho escuché el comentario de un amigo de que los jóvenes tienen que habituarse a ganar menos que lo que ganaron sus padres. Es algo extendido y aceptado con cierta resignación. Quienes esto opinan no caen en la cuenta que las pensiones de los que trabajaron antes de la crisis van a depender de lo que ganen los jóvenes que han comenzado a trabajar, porque ellos son los que aportarán, con sus cotizaciones a la Seguridad Social, el dinero para sostener a los jubilados. Salarios más bajos para jóvenes implicará irremisiblemente menor recaudación para pagar las pensiones.

Y no sólo eso. El dinero del Estado o las comunidades autónomas se obtiene de lo que pagan los ciudadanos con sus impuestos. La sustitución de salarios más altos por más bajos conllevará una recaudación menor de Hacienda por persona. Habrá menos recursos públicos para educación, sanidad, dependencia, obras públicas y demás.

Pero claro, esto es una media. No todos los salarios han bajado por igual. Ni siquiera todos los salarios han bajado. Nos fijamos en el 10 por ciento de los asalariados que menos cobran. Los que acababan que encontrar un empleo, en 2008 ganaron 495 euros al mes. Era muy poco, pero en 2014 cobraban únicamente 406 euros mensuales. ¡Es un 22 por ciento menos! ¿Qué ocurrió con el 10 por ciento de los que más ganan? Pues que los que tuvieron la suerte de encontrar un empleo bien remunerado, en 2014 ganaron 4.900 euros, un 9 por ciento más que al comienzo de la crisis.  Su salario es 12 veces mayor que los que menos ganan. Seis años antes era 9 veces mayor. ¡Han descendido los sueldos bajos y se han incrementado los altos!

La estrategia  de bajada salarial tenía un objetivo declarado: había que bajar los sueldos para que costase menos dinero fabricar los productos y así poder vender fuera. Es eso que repiten de vez en cuando los ministros y los economistas: ganar competitividad. El resultado es bastante pobre. La diferencia del precio de producción de nuestros bienes frente a los otros países de la Unión Europea ha subido desde 2008 hasta hoy. Frente a otros países  ha bajado ligeramente, pero no por pagar menos sueldos, sino porque el euro vale ahora menos que entonces respecto al dólar. La rebaja salarial no ha mejorado la competitividad.

Pero había otro objetivo no declarado: las empresas querían  aumentar sus beneficios, llevándose una parte mayor de lo que facturan al producir, a costa de gastarse menos en sus trabajadores. De esto se habla muy poco, pero también tiene su expresión técnica: recuperar la tasa de ganancia.  Y el resultado aquí fue claro: si comparamos  la primera mitad de 2016 con la equivalente de 2008, las ganancias empresariales han aumentado, aunque poco: casi el 2 por ciento. En cambio, lo que las empresas pagaron a sus trabajadores ha descendido algo más del 6 por ciento.
Y frente a los objetivos de la rebaja salarial, las dos consecuencias ya relatadas: pone en dificultades el Estado de Bienestar e incrementa la desigualdad.


El instrumento fundamental de todo esto ha sido la reforma laboral. Esta ha facilitado el despido para acelerar, más aun de lo que ya ocurría, la sustitución de trabajadores mejor pagados, por otros con salarios muy bajos, en ocasiones incluso menores que el ya raquítico salario mínimo. Y al tiempo ha debilitado al máximo la negociación colectiva, el único mecanismo que tienen los trabajadores para conseguir mejoras de sueldo. Cuando comenzó la crisis, 5 millones de asalariados no estaban acogidos a un convenio colectivo. Ahora con mucha menos gente trabajando, son más de 7 millones los que carecen de él.

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