Lo que los británicos han decidido en referéndum es salir de
la Unión Europea de los mercados, la salida de la Europa de los ciudadanos ya
se había acordado en una Cumbre sin consultarles. Todo a cambio de que el Reino
Unido se quedara.
Quizá vuelva una noche
desde el club a su casa, dando traspiés, “pleno de abstinencia”, mareado por el
oporto, canturreando estúpidamente: Britons never, never shall be slaves.
K. Marx. El Capital.
Explicar la decisión británica de abandonar la Unión Europea,
tomada en referéndum, viene a ser algo así como observar un poliedro de
múltiples caras: en cada una de ellas hay una consecuencia para Europa. Además,
de momento, sólo podemos ver los polígonos del mismo que se nos muestran desde
nuestra posición. El resto de las caras se encuentran ocultas para nosotros,
por ahora. Yo me voy a fijar sólo en una de las superficies visibles, aunque
debe de serlo poco, porque extrañamente no
se ha hablado de ello.
Lo ocurrido el pasado 23 de junio fue en realidad el último
paso del Brexit. Es el que se refiere sobre todo a los negocios, al comercio y
a las finanzas. El Brexit que afecta
directamente a los europeos, como ciudadanos, se acordó hace ya unos meses,
y no fue mediante referéndum, sino en la sala de reuniones de los jefes de
Estado o de Gobierno de la Unión Europea. Fue en la cumbre del 19 de febrero,
en Bruselas.
Ese día, con menos solemnidad que otras veces, los
mandatarios europeos decidieron dar por concluido el proyecto de Unión Europea,
a cambio de que el Reino Unido no abandonase
lo que iba a volver a ser simplemente un mercado único, con
restricciones. No lo dijeron así, claro.
Y algunos de ellos, es posible que todos, no debieron creer que eso sucedía. A
la vista de las pocas luces que tuvieron todos los gobernantes para ver venir
la crisis, tampoco es de extrañar.
El sábado, 19 de febrero de 2016, los reunidos en Bruselas acordaron
acabar con el derecho a la libre circulación de
trabajadores dentro de la Unión Europea. No se trata de un derecho
cualquiera. La libre circulación de
personas constituye la base sobre la que se asienta la Unión Europea. Ello
explica que sea el primero de los derechos que figuran en el Tratado, recogido
en su artículo 3. Es lógico, no se
concibe un sistema democrático donde las personas no puedan moverse libremente.
De hecho, el segundo de los tratados, el de funcionamiento de la UE, declara
firmemente que “la libre circulación supondrá la abolición
de toda discriminación por razón de la nacionalidad entre los trabajadores de
los Estados miembros, con respecto al empleo, la retribución y las demás
condiciones de trabajo”. Suena solemne ¿no? Pues eso es lo que de hecho se
suprimió, siempre y cuando el Reino Unido votara en referéndum permanecer en lo
que ya no sería lo mismo que hasta junio. En realidad la eliminación del citado derecho iba más allá, porque limitaba también
el derecho a las prestaciones sociales.
El objetivo de tamaña
decisión era satisfacer al primer ministro
británico. Así, recomendaría a sus ciudadanos que votasen en el referéndum por
permanecer en la Unión Europea. La destrucción a cambio de derechos y
compromisos fundamentales, pasó a considerarse un asunto puramente
instrumental. Esas restricciones lógicamente no podían aprobarse para un solo
país: lo acordado sobre los derechos laborales y sociales afectaría a todos los
Estados. Repasemos algunas, tal y como figuran en la decisión acordada:
-Cualquier Estado
podrá prohibir la entrada de personas de otros países comunitarios que vayan a trabajar, con el argumento de que eso impide reducir el paro,
fomentar la contratación o afectar a la Seguridad Social de ese Estado.
-Pueden denegarse
prestaciones sociales a cualquier ciudadano de la Unión Europea que no sea
natural del país donde reside.
-Se podrá prohibir
también que un ciudadano que no trabaje viva en un país de la Unión Europea que
no sea el suyo, si no demuestra que tiene dinero para mantenerse.
-Cualquier ciudadano
de la Unión Europea podrá ser expulsado de otro país comunitario sin que medie
una acusación o condena, simplemente
como prevención ante lo que de forma inconcreta se cataloga de amenaza,
aunque esta no sea inminente.
Lo descrito puede
leerse en el siguiente enlace:
Todo esto a cambio de que el Reino Unido se quedase en la
organización, llamémosla así, para diferenciarla de lo que es una auténtica
Europa de los ciudadanos. Si al final Gran Bretaña se iba, lo pactado quedaba
en papel mojado.
La Unión Europea está
fundamentada en las llamadas cuatro libertades:
Primera, la libre
circulación de personas, que incluye, no sólo la potestad
de desplazarse libremente por todos los territorios de la Unión, sino además de
establecerse en cualquiera de los 28 países y disfrutar de los mismos derechos
que los nacionales. Es la más importante, como hemos dicho, porque afecta
personalmente a los ciudadanos.
Segunda, la libre circulación de mercancías. Tercera, la libre circulación de capitales.
Y cuarta, la libre de prestación de servicios.
Lo que los británicos han rechazado en referéndum ha sido estas
tres últimas libertades, las de las empresas. La primera y
fundamental ya estaba suprimida sin la intervención directa de sus afectados,
los ciudadanos. Es por tanto lógico que el revés haya afectado directamente a
los mercados y tenga en vilo al mundo del dinero. Obviamente esto tiene
consecuencias para los ciudadanos, dependientes de la buena salud de los
negocios.
No es difícil que los mercados salgan airosos de este
trance. Un Tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el
Reino Unido puede satisfacer todas las necesidades de las empresas, de las
compañías financieras y de los que manejan el dinero para actuar en ambos territorios: el de la UE
y el de Gran Bretaña. Sólo quedaría eliminado el derecho de los ciudadanos a
ser tratados como iguales en ambos lados del Canal de la Mancha. Pero, como se
explicaba antes, esto ya se había acordado sin referéndum alguno.